Recorrido Visual (Municipio del Medio Baudò, Choco, 2000)
Por: Jairo Torralvo Viana
Hoy, y por cosas curiosas de la vida, descubro entre mis objetos guardados en una maleta vieja, que pareciera no haber sido nunca terminada de desempacar, un pasaporte caduco que hace las veces de álbum improvisado, allí, revueltas y en desorden, redescubro imágenes de dos lugares y momentos de mi vida diametralmente opuestos, me pregunto porque han permanecido unidas tanto tiempo, quizá hacen parte de una misma historia que está esperando ser contada, pues bien, intentemos saldar esa deuda, llenando estas páginas en blanco que han esperando tanto tiempo para ser escritas.
Eran las tres de la tarde de un caluroso día de julio, Después de todo un día de viaje y dos vuelos, en aparatos que se hacían cada vez más pequeños en la medida que nos alejábamos de la civilización, aterrizaba en medio de una selva espesa, y una lluvia inclemente, las nubes en el cielo y la neblina en el suelo, me hicieron rezar en voz baja dos padrenuestros, al pisar ese territorio extraño sabia que una nueva aventura empezaba para mi, sin embargo, realmente lo supe una hora antes cuando la avioneta en la que viajábamos, mas pequeña que un escarabajo, se alineaba con otra en pleno vuelo y los pilotos, como cualquier par de parroquianos en plaza de pueblo y mirándose a la cara por casi diez minutos, alegaban sobre quien iba a pagar el almuerzo cuando estuvieran en tierra, y mis rezos eran para que no apareciera ningún tipo de apuesta al respecto, como acerca de quién llegaba primero, por ejemplo.
A veces pienso que resulta apropiado guardar cierto nivel de ignorancia sobre los riesgos que se corren cuando se asumen aventuras, como cuando te subes a un avión; a quien le interesaría conocer el funcionamiento al detalle de sus diferentes piezas y sistemas?, con esto solo lograríamos ponernos nerviosos con cada sonido o movimiento del aparato. Cierto nivel de desconocimiento garantiza el arrojo y la decisión. La desinformación nos hace valientes, al límite de lo irresponsable.
Aunque es difícil infundirse confianza si tienes una compañera de viaje como mi entrañable Malu, una cachaca intrépida y visceral, que se asombraba con cada uno de mis pasos en medio de la selva, esto; aunque elogioso no me eximía de poner en tela de juicio mi valentía, sin embargo, lo que me tenía reservado la selva del medio Baudo en el choco ni siquiera lo habría imaginado y reemplazaría cualquier miedo infundado por una sensación infinita de asombro y seducción.
El primer regalo que ofrece este territorio se ve desde el aire, eso si, después que el condenado piloto descubre un pequeño hoyo en las nubes y deja caer el aparato, casi en picada, para poder salir de ellas sin riesgo, entonces, sobrevuelas la selva tan bajo que pareciera que pudieras rozar las copas de los arboles con las manos, y aparece por tu ventana derecha, viajando hacia el sur, el magnífico, imponente y profundo verde brillante océano pacifico y a tu izquierda el rio Baudó y la verde oscura selva del choco que te acompañan durante todo el trayecto.
Después de un aterrizaje aparatoso y una hora de viaje apiñados y compitiendo por el espacio con arrumes de maletas y cajas humedecidas, nos encontramos en una pista mínima y precaria, llenas de baches imperceptibles por el agua lluvia estancada, que inevitable nos hacen reconocer las destrezas del piloto para sortearlos, a 10 metros divisamos una pequeña construcción; el aeropuerto, y como un flash, no puedo evitar traer a mi mente imágenes de los típicos filmes norteamericanos, donde se estereotipa nuestras ciudades como selvas amazónicas, perdidas en el mapa, con pocas construcciones precarias, calles polvorientas y aldeanos vestidos como en el oeste americano y con un inexplicable acento mexicano.
Para conocer la selva chocoana solo es posible recorriéndola, porque es uno de esos sitios tan húmedos durante todo el año, que es casi imposible obtener una foto satelital de ella, siempre esta nublada. Alrededor de la 4 de la tarde abordamos una chalupa, que es una especie de bus acuático, con el ancho suficiente para acomodar unos 20 asientos dispuestos linealmente, uno tras otro y cada uno con un kid de viaje incluido; Botas, impermeable y paraguas pero, aunque inimaginable para cualquier citadino, no incluye un salvavidas. Con la neblina a 50 centímetros del agua y una lluvia permanente avanzamos rio arriba devolviéndonos en el camino recorrido, pero esta vez, por agua.
No puedo dejar de pensar en lo afortunado que soy de estar en este lugar, kilómetros de selvas montadas en pequeñas colinas, que le dan una altura intimidante, densas y coronadas por una espesa neblina, pero cada tanto con espacios descampados, que se abren lugar a manera planimetrica de una media naranja, allí se ubican los núcleos urbanos, atípicos y con lo básico para la subsistencia de sus residentes, con una imagen lineal, la veamos desde el rio o desde el aire, sus construcciones parecieran competir por asomarse a la orilla del rio, que es su vida.
Aunque nunca vi calles ni vacas, increíblemente me encontré con una enorme retroexcavadora abriéndose paso con alevosía, selva adentro. Y aunque llevar vacas o caballos debe ser complicado, llevar hasta allí un animal mecánico gigante como este, debió haber representado todo un reto.
Después de Casi tres horas de recorrido, en las que nunca paro de llover y con el atardecer en nuestras nucas, nos orillamos en una pequeña playa atestada de niños y curiosos, después de las presentaciones y explicaciones respectivas, era imperioso que llegáramos al albergue, porque la noche caía y solo tendríamos una hora de luz, generada por una vieja y mañosa planta eléctrica. Por supuesto, esta hora con energía eléctrica coincidía con la emisión del noticiero y un capitulo mas de “Betty la Fea”. Posteriormente, los relojes parecían derretirse, las historias y la tertulia se apoderaban de las terrazas de estas casas rugientes, seguía él: “Dolce far niente”; el dulce placer del no hacer nada.
Como era de esperarse, la noche fue tan larga como el suspiro de un ángel, jamás había escuchado una colección tan grande de sonidos, que parecían amplificarse en los tiempos vacios generados por el ir y venir de las lluvias incesantes. Y durante toda la noche, me daba vueltas en la cabeza la idea de no haberme vacunado contra la malaria, gracias a mi querida amiga y guerrera Malu que no lo considerò necesario, estábamos protegidos por el universo, según ella.
Al amanecer, Salto de mi cama muy temprano, y me dirijo a la cocina, como en las caricaturas, volando encima de un hilo de humo generado por el aroma del café, este es otro de esos sellos que me dejo la selva, nada huele igual que esta mezcla de humedad y café recién hecho, parece más intenso y domina un entorno mayor que el que limitan los muros de la vivienda. Nos preparamos para hacer nuestro trabajo de los próximos días, nos reunimos con la población para discutir las propuestas sobre como ordenar su territorio, hacer claridad sobre sus reales necesidades y levantar la cartografía necesaria del casco urbano principal del nuevo municipio del medio Baudó, donde nos encontrábamos. Fueron varios días intensos, aquí todo estaba por hacer. Y tanto indígenas como afro descendientes, desde su cosmovisión, diametralmente opuestas pero compartiendo un mismo territorio, nos repetían una y otra vez que no los olvidáramos, esa es una asignatura pendiente en mi vida.
Al final de la semana, cansados y con muchos amigos y caminos recorridos, un grupo de personas que nos habían acompañado durante nuestra estadía y otras no tan conocidas, nos hacen una invitación a la discoteca del pueblo, para despedirnos, con Malu nos vemos a la cara y extrañados, porque no conocíamos la existencia del lugar, iniciamos nuestro recorrido. Con machete en mano, nos abrimos paso a través de la selva durante casi 30 minutos…….aquel camino se hizo eterno.
En ese lapso de tiempo, el sol se oculta y la selva se acaba y entramos en un escampado, allí, en su centro, encontramos un rancho parafítico de palma y madera, planta cuadrada, dos cuartos, vanos sin ventanas y un pasillo externo y angosto que le daba la vuelta. En medio de la precariedad del lugar, un equipo de sonido y luces de última tecnología hacían lo suyo para prender la rumba y, al fondo, una morena voluptuosa se fundía en una pareja de tres, en medio de la neblina que se filtraba por las rendijas bailaban al son de una chirimía, pobre en letra pero rica en ritmo;………. “Esa mujer se robo mi mari ‘o, esa mujer se robo mi mari ‘o ”, no recuerdo más, quizá porque no decía nada más.
Pasadas las 5 de la mañana, nuestros acompañantes deciden que es hora de regresar, agotados pero felices, emprendemos la marcha de regreso, al llegar al hotel uno de nuestros nuevos acompañantes se acerca y nos murmura casi al oído y en un tono de satisfacción, aquella que se siente por la labor cumplida; ahora podre darle un parte positivo a mi “comandante”, los dejo sanos y salvos. En medio de nuestro desconcierto y sin mediar palabra, entramos a nuestra habitación y empezamos a empacar, era evidente que estábamos tratando de procesar esa información. Aquí tengo que retomar algo que comente al inicio de este texto: La desinformación nos hace valientes, al límite de lo irresponsable. Sin embargo, no me arrepiento, y aunque aun estoy esperando el cheque de mis honorarios, creo que viví una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida y esto para mi es cuenta saldada.
Una semana después, y por esas extrañas situaciones del destino, nuevamente Estaba aterrizando en medio de una selva, y Esta vez New York se descubría ante mis ojos, mientras aterrizaba, “Una lluvia inclemente, las nubes en el cielo y la neblina en el suelo me hicieron rezar en voz baja dos padre nuestro, al pisar ese territorio extraño sabia que una nueva aventura empezaba para mí”, así, como este fragmento de texto, la historia parecía repetirse Pero esta vez la selva era de concreto. Poco después, caminaba por el Battery Park, admirando el sol anaranjado del verano neoyorkino, reflejado en el perfil acristalado de Manhattan y en las aguas turbias del Rio Hudson. ¿Una misma historia en escenarios distintos? Tal vez; la aventura de perseguir mi esencia, un dejabu….. Quizá por esto las fotografías del Baudo y del Hudson se han negado a pertenecer a álbumes distintos.
En la Selva de Concreto (NewYork 2000-2001)
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